La última tentación de Cristo Por Arturo Vásquez Urdiales
26 de noviembre de 2024
Capítulo I: El libro que incomodó a los cielos
Nikos Kazantzakis, autor de La última tentación de Cristo, no fue un hombre común.
También fue autor de Zorba el Griego.
Su pluma, afilada y profundamente espiritual, se atrevió a explorar los misterios de la divinidad y la humanidad en un mismo soplo. Publicada en 1955, la novela es una introspección sobre el Cristo hombre: un ser que, aunque destinado a la redención, también siente el peso de la carne y los susurros de las tentaciones.
Kazantzakis plantea a un Jesús que duda, que teme, que ama como cualquier mortal.
En este ejercicio literario, lo vemos debatirse entre su deber mesiánico y una vida terrenal junto a María Magdalena, encarnación del deseo y del amor perdido. Pero más allá del escándalo, la novela es un manifiesto sobre la lucha interna, un espejo donde todos —creyentes o no— reconocemos nuestras propias batallas.
*La Iglesia Ortodoxa griega respondió con severidad: excomulgó al autor, considerándolo un hereje por pintar a un Cristo que se atrevía a soñar con lo imposible. Pero Kazantzakis, lejos de retractarse, dejó para la posteridad un epitafio que resume su vida y obra: *”No espero nada. No temo nada. Soy libre.”*
Capítulo II: La visión de Scorsese: el cine como herejía
En 1988, Martin Scorsese llevó a la gran pantalla la novela de Kazantzakis, enfrentándose a un desafío monumental: adaptar una obra ya de por sí controvertida y darle una dimensión cinematográfica que mantuviera su espíritu filosófico. Con Willem Dafoe como un Jesús profundamente humano, Harvey Keitel como un Judas revolucionario y Barbara Hershey como una Magdalena entre el pecado y la redención, La última tentación de Cristo no solo interpretó, sino que amplificó la esencia del libro.
Scorsese, criado en una estricta tradición católica, entendió que la historia no buscaba ofender, sino explorar. La película es un viaje al corazón de las dudas humanas, un retrato de un Jesús que, en su momento de mayor debilidad, imagina una vida normal: casado, con hijos, lejos de la cruz. Pero esa visión no es una traición al dogma; es una confirmación de su sacrificio, pues Jesús, al despertar de esa tentación, acepta su papel como redentor del mundo.
El filme desató una tormenta global: protestas, censuras y ataques a cines que se atrevieron a proyectarla. En México, no se permitió su exhibición en varios estados, y aún hoy persiste el debate sobre su alcance.
Sin embargo, los críticos reconocieron la maestría de Scorsese, cuya dirección fue nominada al Óscar, y la valentía de los actores por encarnar un guion tan arriesgado como emotivo.
Capítulo III: Los alcances de una obra eterna
Tanto la novela como la película no solo cuestionan, sino que invitan a reflexionar. ¿Qué significa ser humano? ¿Qué significa ser divino? Estas preguntas, en el contexto de Jesús de Nazaret, no pretenden reemplazar dogmas ni desafiar creencias, sino enriquecerlas con nuevas perspectivas.
El escándalo que rodeó La última tentación de Cristo —tanto el libro como la película— revela una verdad incómoda: la religión, cuando se enfrenta a las preguntas difíciles, reacciona con miedo.
Pero el arte tiene el deber de incomodar, de provocar. Y esta obra lo hace con una profundidad que trasciende el tiempo.
En términos cinematográficos, la película de Scorsese se ha consolidado como un clásico, estudiada no solo por su técnica impecable, sino por su audacia narrativa.
Por otro lado, el libro de Kazantzakis sigue siendo un faro para aquellos que buscan entender el equilibrio entre fe y duda.
Epílogo: El peso de la excomunión y la libertad del alma
La excomunión de Nikos Kazantzakis por la Iglesia Ortodoxa y las protestas contra la película no lograron silenciar el impacto de estas obras. Ambas sobreviven como testimonios de la necesidad de explorar lo sagrado desde ángulos incómodos. La última tentación no es una ofensa, sino un tributo: una meditación sobre el sacrificio y el amor infinito de un hombre que se convirtió en Dios.
Y así, al cerrar el libro o apagar la pantalla, no nos queda más preguntarnos: ¿qué haríamos si estuviéramos en su lugar? ¿Seríamos capaces de abrazar el sufrimiento por un bien mayor, o buscaríamos la tranquilidad de una vida sencilla, lejos de la responsabilidad que nos define como humanos?
El legado de La última tentación de Cristo no radica únicamente en su polémica, sino en su capacidad para desnudarnos ante nuestras propias contradicciones. Jesús, en su representación más humana, se convierte en un reflejo de cada uno de nosotros, recordándonos que la fe no se trata de certezas inquebrantables, sino de la lucha diaria contra el miedo, la duda y la tentación.
Kazantzakis, al ser excomulgado, y Scorsese, al enfrentar la censura, pagaron el precio de su audacia. Pero, como cualquier artista que desafía los límites, ambos demostraron que las preguntas más incómodas son las que más necesitamos hacer. ¿Qué significa ser santo en un mundo roto? ¿Es posible redimirnos sin antes enfrentar nuestras debilidades más profundas?
Años después de la controversia, la obra de Kazantzakis y la película de Scorsese siguen vigentes. Sus críticos se han desvanecido en el olvido, mientras que sus creaciones permanecen como un llamado a mirar más allá de la superficie de la fe, hacia el abismo del alma. Allí, en ese lugar donde lo humano y lo divino se encuentran, descubrimos que el verdadero milagro no está en la ausencia de tentaciones, sino en la capacidad de enfrentarlas y superarlas.
En cada uno de nosotros hay un Jesús, un Judas, una Magdalena. Todos cargamos cruces invisibles y nos enfrentamos a decisiones que nos moldean. Por eso, al final de esta obra —ya sea leída en el silencio de una noche o vista en la penumbra de una sala de cine—, no podemos evitar sentirnos tocados, incómodos, pero también inspirados.
Porque la última tentación no es un ataque a la fe; es una invitación a vivirla con autenticidad, reconociendo que la santidad no es la ausencia de humanidad, sino la transformación de nuestras flaquezas en amor y sacrificio. Y eso, al final, es lo que nos hace eternos.
URDIALES Zuazubiskar fundación de letras hipnóticas AC © ® quienes les invitamos a compartir esta columna y desarrollar un mundo mejor llenitito de buenos lectores, agradezco mucho su atención.