Apunte Diario sobre Letras Hipnóticas: La paradoja del hombre-isla Arturo Vásquez Urdiales
6 de noviembre de 2024
En un rincón de la inmensidad digital, me topé con una frase breve, tajante, casi despojada de esperanza: “Te daré un consejo. No esperes nada de nadie, simplemente deja que todo siga su curso.”
Como una sentencia digna del fin de los tiempos, esta idea podría pasar desapercibida, pero, tras observar su impacto, comprendí que era un reflejo de un mal contemporáneo: el descreimiento en el ser humano, la desconfianza radical.
¿Es este un principio posmodernista inevitable, la isla final de la humanidad?
O más bien, ¿es una suerte de exilio autoimpuesto?
Nuestra crítica a esta disfuncional creencia encuentra fundamento en las vidas y pensamientos de aquellos gigantes de la humanidad que, en vez de retirarse al desencanto, abrazaron la grandeza de lo humano:
Nietzsche, Unamuno, Ortega y Gasset, Averroes, Ramón y Cajal.
Su visión trasciende el aislacionismo.
No son islas, sino archipiélagos unidos por puentes invisibles que llaman a la empatía, la colaboración y, por qué no, a la confianza.
¿Existe el hombre-isla?
Alexis Carrel, en su obra La incógnita del hombre, esboza un cuadro donde la humanidad, lejos de ser una suma de individuos aislados, está conectada desde sus fundamentos fisiológicos hasta sus aspiraciones espirituales.
Para Carrel, la biología y la filosofía convergen en un punto claro: somos entidades sociales.
La ciencia, por su parte, refuerza esta perspectiva, como cuando Santiago Ramón y Cajal, en la penumbra de su laboratorio, descubrió los neurotransmisores y los circuitos neuronales, hilos invisibles de comunicación que nos vinculan no solo internamente, sino también con los demás.
El propio Ramón y Cajal, desde las trincheras hasta el Premio Nobel, representa una existencia que contradice el consejo de “no esperar nada de nadie”. En los momentos más oscuros de la guerra, en la soledad de sus investigaciones, encontró respuestas universales que benefician a toda la humanidad.
Al confiar en su comunidad científica y en el poder del saber compartido, no se conformó con el aislamiento, sino que se transformó en un puente entre generaciones.
*El poder de la empatía y la solidaridad*
Miguel de Unamuno nos recordaba que el ser humano es, ante todo, “una criatura de carne y espíritu”. La empatía, la amistad y la solidaridad no son lujos de la vida en comunidad, sino principios esenciales de nuestra existencia.
Ortega y Gasset, por su parte, nos insta a pensar en “la circunstancia”, en aquello que nos rodea y nos afecta.
La solidaridad, en su visión, es la unión que nos permite entendernos y evolucionar, no como islas, sino como un continente en constante construcción.
Las grandes corporaciones y las universidades, instituciones que a lo largo de la historia han florecido gracias al esfuerzo comunitario, son ejemplos de que la confianza en el otro es el pilar del progreso humano.
La Universidad de Salamanca, cuna de tantos genios, y la Universidad Nacional Autónoma de México, que continúa formando mentes brillantes, son testigos de esta verdad: el ser humano solo puede avanzar si confía en el potencial del otro.
Los grandes egresados de estas instituciones no surgieron del aislamiento, sino de un esfuerzo conjunto, del intercambio de saberes y de la voluntad de dignificar el esfuerzo colectivo.
¿Es la desconfianza nuestro único refugio?*
Ortega y Gasset, Suárez, y otros filósofos de la historia han advertido que el individuo no puede definir su vida por un evento aislado, por una desilusión temprana o una traición en particular.
Tal visión no solo limita nuestra experiencia, sino que además nos empobrece.
La vida es un entramado complejo, lleno de vínculos y de instantes de colaboración, de momentos en los que el ser humano demuestra su grandeza a través de la ayuda mutua.
Cuando despreciamos la capacidad del ser humano para desarrollar amistad y empatía, estamos desconociendo una de las fuerzas más poderosas de la historia.
Desconocemos el universo.
A través de la confianza y el trabajo en equipo, hemos sobrevivido, avanzado, superado adversidades.
Así como Santiago Ramón y Cajal encontró en sus estudios la revelación de los sistemas de comunicación internos del ser humano, nosotros podemos encontrar en el otro una red de apoyo, un sistema de esperanza que, aun en los peores momentos, nos recuerda que no estamos solos.
En este sentido, la frase “no esperes nada de nadie” es más que un consejo; es un acto de renuncia.
Pero renunciar a la humanidad y su potencial no nos hace más fuertes, nos aísla.
La historia nos ha enseñado, a través de cada gran logro y cada sacrificio compartido, que el ser humano tiene una increíble capacidad para confiar, para construir, para avanzar.
Así, desde la trinchera de la desilusión hasta el premio de la confianza, podemos elegir vivir como continente, no como isla.
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